EL PAYASO QUE PELLIZCABA CULOS



La Nena quería ir a la fiesta de cumpleaños. Lo manifestó claramente a gritos el día que le dieron la invitación. La madre del homenajeado lo había dispuesto todo con tiempo para que fuera más difícil inventarse excusas. Nada le podía dar más pereza que pasarse la tarde del miércoles en un Mc.Donalds lleno de niños gritones y de padres y madres con cara de fastidio. Tendría que sacar tiempo de donde fuera para comprar un regalo y, además, convencerse de que podría ser divertido.

El día del cumpleaños hubo un accidente en la carretera. Se encontró la autopista atiborrada de coches parados. Llegó tarde a la escuela, estresada. Para acabarlo de rematar, la Nena insistió en pasar antes por casa para ponerse su vestido nuevo, así que, cuando entraron en el Mc.Donalds la fiesta estaba en pleno apogeo. Tras los saludos de cortesía optó por sentarse en un rincón e intentar evadirse con su móvil y el señor Google.

 Entonces lo vio. El payaso. Los payasos, fueran del tipo que fueran, le daban miedo. Tenían un punto de crueldad. Eran seres que disfrutaban con la burla ajena. Pero había algo más. El primer sueño del que tenía memoria. Debía de tener unos cuatro años. Esa mañana despertó con el corazón a mil por hora y los ojos desorbitados. En el sueño caminaba perdida por una planta de un edificio a medio construir. Una grúa colgaba amenazante por encima de su cabeza. El payaso, hecho de sombra y agua la perseguía. Aterrada, encontró una puerta abierta y se refugió adentro. El payaso andaba cerca. Podía ver su sombra reflejada. De repente se colaba rápidamente por debajo. Le pellizcaba el trasero con fuerza y se reía a carcajadas mientras su sangre le dibujaba un morado. Después volvía a desaparecer por el mismo sitio por donde se había colado. Como un dibujo animado que hubiera sido aplastado. Era un sueño humillante, tonto, y a la vez terrorífico. No se lo había explicado nunca a nadie.

Volvió con el señor Google e intentó aparcar ese recuerdo de su mente. Pasaron un par de horas cuando consideró que ya había sido suficiente. Valoró la mejor manera de salir de allí. A intervalos de cinco minutos fue mentalizando a la Nena de que se iban a ir pronto. Tras 40 minutos de infructuosos intentos optó por el chantaje. Consiguió convencerla de que se pusiera los zapatos comprándole un batido de fresa. Decidida, se colgó el bolso en un hombro, la Nena de una mano, y el batido en la otra. Abrió la puerta con dificultad, muy despacio. En pleno esfuerzo notó como le retorcían con fuerza una nalga. El batido de fresa se desparramó por debajo de la puerta. El payaso se veía a lo lejos. La Nena se quedó pálida.

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